Por Juan Sánchez-Mendoza
El arribo de Rosario Piedra Ibarra a la presidencia de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH), no se da por merecimientos propios. Y esto le consta a ella misma, sino por un acuerdo entre su madre (María del Rosario Ibarra de la Garza) y Andrés Manuel López Obrador, para llevar al patíbulo a los ex mandatarios que financiaron la ‘guerra sucia’ en contra de terroristas, agitadores y luchadores sociales.
Obviamente en la reapertura de los casos se exigirá castigo a quienes la ejecutaron –autoridades, policías (federales sobre todo) y militares–, por ser interés del tabasqueño cobrarse viejas afrentas –recuérdese que él, en su natal Tabasco formó parte del movimiento del Pacto Ribereño y cuando se canteó a la izquierda también fue reprimido–, mediante ‘recomendación’ oficial, para no aparecer como un presidente vengativo.
Así lo interpretan los senadores que trataron de impedir la asunción, al través de gritos, agresiones físicas y hasta mentadas de madre, generando un espectáculo grotesco, donde participaron algunas legisladoras (Morena) jaloneando al ex dirigente nacional del albiceleste Gustavo Enrique Madero Muñoz, quien ‘mordió tierra’ ante la jocosidad del presidente de la Junta de Coordinación Política, Ricardo Monreal Ávila y sus acompañantes: Germán Martínez Cázares (también ex líder del PAN) y Cristóbal Arias Solís.
Pero eso, es tema del que hoy da cuenta la crónica periodística.
Tanto, como del apocamiento mostrado por Rosario (la chica) al rendir protesta en un acto que apenas llegó a los dos minutos.
En cuanto a la entrega de la CNDH al ‘corporativo’ Ibarra, basta saber, por lo menos, que la matrona del clan es una activista de cepa, quien inició su lucha hace 45 años, tras la desaparición de su hijo, Jesús Piedra Ibarra, quien era parte del grupo armado de la Liga Comunista 23 de Septiembre.
Ella nunca lo ha admitido ni negado, solamente se ha avocado a pedir que se lo entreguen vivo o muerto.
El 17 de abril de 1977 creó el Comité ¡Eureka! pro defensa de presos, perseguidos y exiliados políticos –afiliada a la Federación Latinoamericana de Asociaciones de Familiares de Detenidos-Desaparecidos (Fedefam)–, y en los años posteriores realizó huelgas de hambre para exigir una amnistía para los presos políticos.
En 1982, fue candidata a la Presidencia de la República, por el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) –ya extinto–; y diputada federal.
Nuevamente (en 1988) fue candidata presidencial. Pero luego se unió al Partido de la Revolución Democrática (PRD) y en 2006 siendo senadora por este membrete, se cambió al Partido del Trabajo (PT).
Como activista, se ha unido a las luchas sociales de los indígenas de Chiapas; al esclarecimiento de las mujeres asesinadas de Ciudad Juárez (Chihuahua) y de las matanzas de indígenas de Chiapas y Guerrero.
También ha sido candidata al Premio Nobel de la Paz en 1986, 1987, 1989 y 2006.
Con López Obrador mantiene estrecha amistad. Hasta el grado que él decidió entregarle la medalla ‘Belisario Domínguez’ –aunque mediante sus testaferros senatoriales–, y la presidencia de la CNDH, que por su edad ya no puede atender directamente.
Y sí, en cambio, la Rosario ‘chica’.
Familia activista
La jefa de los Ibarra, como usted bien lo sabe, es doña Rosario.
Pero su marido, retoños y parentela también tienen lo suyo en asuntos subversivos.
Su cónyuge (Jesús Piedra Rosales), presidió la Sociedad de Alumnos socialistas de la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL) y militó en el Partido Comunista Mexicano (PCM).
Un hijo de ella, desaparecido, Jesús Piedra Rosales, fue integrante del grupo armado de la Liga Comunista 23 de Septiembre, que mató a Eugenio Garza Sada el 17 de septiembre de 1973, tras secuestrarlo.
Y su yerno, Germán Segovia Escobedo, el 8 de noviembre de 1972 encabezó el secuestro del vuelo 705 de Mexicana de Aviación desviando su ruta hacia La Habana (Cuba).
Con el médico Piedra, Rosario Ibarra procreó cuatro hijos: María del Rosario, Claudia Isabel, Jesús y Carlos.
Todos, como ella y su marido, han enfrentado interrogatorios, excesos policiales (tortura física y sicológica), acoso y persecución, inhumanidad en su trato con la policía y vejaciones, cierto, pero fueron producto de su paso en la ilegalidad.
Po eso surgen tres preguntas:
1) ¿El rencor de ‘Rosarito’ no influirá en los dictámenes posteriores de la CNDH?
2) ¿Podrá (ella) separar los acontecimientos de la ‘guerra sucia’ con la situación de inseguridad actual donde la subversión nada tiene qué ver con la delincuencia y narcotráfico?
3) ¿Establecerá como victimarios a quienes persiguen delitos, o como víctimas a quienes delinquen?
Lo cierto, es que su cometido principal es ir contra los ex mandatarios, aunque su protección alcance a los transgresores de la ley en contra de las auténticas víctimas.
En fin, la imposición ya se dio