Por Mónica Bustamante

[En esta ocasión, la psicóloga social, maestra en Grupos e Instituciones y practicante de danzas afroamericanas nos comparte una crónica íntima y llena de confesiones, desde las cuales nos deja mirar cómo la ternura puede ser un acto de salvación en medio de la pandemia… ]

 

Recuerdo haber leído la noticia sobre un crucero varado en Japón, el cual en ese momento llevaba a bordo a más de 40 infectados confirmados por un nuevo tipo de Coronavirus. ¡Qué pesadilla!, pensé. Por esos mismos días estaba tomando una decisión profesional importante: romper con un espacio laboral donde no era la mejor versión de mí misma y buscar otras ventanas; esa decisión es la misma que me dejaría sin ingresos hasta el día de hoy. Aquí estamos casi 5 meses después y el bicho (que no es bicho, sino partícula… dice el Dr. López-Gatell) no parece darnos tregua.

Los primeros días de confinamiento llegaron tranquilos para mí, ya que venía de algunas semanas de estar a solas en el departamento. Arreglar las plantas; cocinar; lavar platos; limpiar; jugar con los gatos; bailar; reordenar libros; intentos de escribir cosas coherentes, y un largo tiempo dedicado a scrollear en Twitter, Facebook e Instagram. Tuve mi momento de “cazadora de noticias nuevas sobre COVID-19” incluyendo mi afición por ubicar las fake news, ya que para mí era importante tener información veraz en caso de que mi mamá nos compartiera por Whatsapp alguna cadena extraña, para así tener elementos y darle a ella un poco de paz; me ha parecido detestable que la gente comparta sin pensar lo que dichas notas pueden causar en el ánimo de las personas, en especial en nuestros papás y abuelos.

Posteriormente el trabajo de mi pareja se mudó a casa y fue un gran shock, ya que, de pronto, sentí a un montón de gente en nuestro espacio personal, incluso en mi esfera íntima. Lo viví como una invasión: Ten cuidado cuando salgas del cuarto, no te vayan a ver en pijama; Perdón, no te hablaba a ti, estaba grabando un audio; No hagas ruido, por favor, hay conferencia… Ya me han cansado los audífonos —y cómo no, después de 5 horas— pondré la llamada en altavoz.

Nos vimos obligados a hacer acuerdos después de uno o dos connatos de bronca posteriores al uso de la licuadora en plena junta laboral. Habitar(nos) desde la ternura es una apuesta, un intento que merece la pena. Estoy segura que, cuando la cuarentena pase, extrañaré algo de este tiempo compartido con él.

Me ha ayudado mucho tener mis espacios virtuales con las mujeres de mi vida: mi madre, mi hermana, mis amigas de todas latitudes; asimismo, mi chat especial donde nos leemos poemas y fragmentos de libros para pensar en lo doméstico… Y claro, la danza: la danza y las amigas salvan. Tuve semanas duras, alguna terrible y otras más relajadas. Después de muchos días sin poder escribir, imaginar ni crear, apareció un proyecto y me iluminó tantito.

Es triste pensar que “la mejor decisión que pudiste tomar” aterriza en plena pandemia, pero no queda más que seguir buscando. Busco entre la añoranza y la preocupación por mis papás y nuestras familias. Busco porque creo que puedo hacer algo desde mi trinchera, algo pequeño, pero significativo. Busco porque… ¿se dan cuenta que toda esta historia sigue siendo muy privilegiada, verdad? No puede una claudicar cuando hay opciones o tirarse al drama desde su balconcito clase mediero, ¡simplemente no es posible! Veo la ventana desde estos lugares de histeria, contradicción, desazón y esperanza. Siento que llegué a un espacio particular de silencio interior; tal vez sea el de la “h muda”: de hogar, habitar, hartazgo, huida y hacer.