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Por Carlos López Arriaga

 

En el asunto del avión presidencial, hay un subtema del que muy poco se habla aunque es relevante y grave.

El avión fue alterado sensiblemente para adaptarlo a los caprichos de Enrique Peña Nieto y su poco republicana manía por el lujo, la comodidad, la dulce vida.

La ficha básica del modelo Boeing 787 Dreamlinernos dice que es un transporte de pasajeros de tamaño medio, fuselaje ancho, doble pasillo y capacidad variable entre 200 y 323 pasajeros, según el modelo.

Entre el alud de información que hoy circula (no siempre cierta, a menudo contradictoria) el caso que nos ocupa tendría una capacidad inicial para 200 personas.

Todo un transporte colectivo al que le fueron removidos 120 asientos para volverlo de 80. Lo cual significa espacios muy amplios entre filas y butacas.

Pero también áreas libres con suficiente margen de maniobra para añadir una alcoba matrimonial (cama king size), un baño completo que compite en dimensiones con el de cualquier residencia en tierra.

Amplio closet con puertas de espejo, cajoneras, gran cocina, estancias secundarias, salitas de espera y, por todos lados, televisores de plasma, unos más grandes que otros.

A propósito de su valor, se manejan varias estimaciones, entre los 218 mdd iniciales anunciados en 2012 por el gobierno de Felipe Calderón, hasta la cotización actual que maneja AMLO, de 130 mdd, ya con siete años de vida.

Sin embargo, cualquiera que haya vendido un auto, casa, terreno o hasta una joya, sabe que el valor puede variar bastante según la demanda del momento. Eso que llaman ‘apetito de mercado’.

Escuchamos entonces el argumento típico, a manera de pregunta sin respuesta, con sus respectivos puntos suspensivos: ‘Pues sí, vale dicha cantidad, pero ¿quién te los da…?’

 

Producto devaluado

El problema de la aeronave mexicana es que al ser alterada para satisfacer el gusto específico de la familia presidencial (eso que en español llaman personalizar y en inglés, customize) perdió valor de mercado.

Vaya paradoja, los añadidos significaron un gasto extra, pero le restaron atractivo de venta y, con ello, lo devaluaron.

Si usted saca un auto de la agencia, lo pinta de rayas, lo llena de calcomanías, le añade asientos de peluche, claxon de autobús y unos foquitos muy lindos sobre la consola, sin duda estará incrementando su costo, gastando más.

Pero definitivamente le resta viabilidad comercial. Se dificultará venderlo.

De ahí el precio de remate que (para dolor de los mexicanos) está adquiriendo esta operación.

Amén de lo que ya hemos dicho. Por buena que sea su intención, AMLO no hizo caso de las advertencias sobre la dificultad que entraña el vender una propiedad (mueble o inmueble) cuando todavía no se acaba de pagar.

El eventual cliente está comprando deuda. Paga por la operación y sigue debiendo.

Incluso si una aerolínea lo quisiera adquirir, de entrada tendría que meterle mano para reponer las características originales que permitan su explotación comercial.

Los 200 (o más) asientos que venían de fábrica, echando afuera las instalaciones de tipo residencial que convirtieron la nave en un motel con alas.

Incluyendo el amplio colchón donde Peña Nieto y compañía vivieron sus sueños de gloria (no en balde, el modelo se llama Dreamliner).

De aquí el concepto de daño patrimonial. El mismo Peña Nieto, en un momento de lucidez, cuando encabezó la ceremonia del primer vuelo, dijo que el avión ‘no es del Presidente, es del Estado mexicano’.

En efecto, si vives en casa ajena, lo más probable es que el dueño te pida que no hagas arreglos sin avisarle. La razón es muy clara, la vivienda es suya, no tuya.

Baste imaginar qué sucedería si le tumbas una recámara para poner un jacuzzi o desprendes la fachaleta para pintar sus muros amarillo fosfo.

Habrá que entender a Peña. Jamás pasó por su cabecita que tan caro juguete sería vendido en la administración siguiente.

Le importó más vivir el instante y lo gozó intensamente bajo ese ánimo despreocupado que la historia atribuye a Luis XV. Después de mí, el diluvio.

 

Miren, vengan, juzguen…

Y, bueno, haciendo gala de su agudo sentido de la oportunidad, Andrés Manuel anunció que abrirá al público el multicitado avión, ahora que está de regreso (como antes lo hizo con Los Pinos).

A partir de esta semana, filas interminables habrán de saciar su morbo y reforzar de paso los niveles de aprobación hacia la austeridad republicana encarnada en el propio AMLO.

Genial golpe propagandístico. Oiga usted, en diciembre de 2018, los primeros visitantes de Los Pinos solían decir cosas como ‘órale, cuánto se gastaban, aquí dormían, acá comían, por allá se bañaban, zurraban…’

Igual habrán de trepar a la aeronave para dar continuidad a dicho género de fisgoneo, entre moralista y chusco. Condena ética que no excluye el escarnio, hasta donde la fantasía mexicana lo permita.

Felicidad cara y ajena. Los banquetes de amor entre las nubes, langosta y champagne, esa magna sensación de impunidad que viene del ubicarse varios miles de metros por encima de los simples mortales, olvidando acaso que todo lo que sube baja.

Y hasta es probable que la gente haga a un lado (relegue, minimice) la pésima estrategia de venta implementada por el gobierno obradorista.

El fracaso de su exhibición en California, el gasto inútil en renta, en mantenimiento y hasta la ocurrencia de rifarlo en cachitos o venderlo en pedazos.

Tan sólo de ver al monstruo por dentro, el estupor ante la vida palaciega de EPN reforzará los argumentos de López Obrador.

Hay tema para chistes de oficina y pláticas de sobremesa, todo ello al grito de: ‘Mira nomás lo que hacían con nuestros impuestos’.

Habrá fotos, videos, detalles que hoy todavía se nos escapan. Esos anecdotarios que llaman al escándalo, sin ocultar la fascinación y, por momentos, la más pedestre envidia.

Todo ello, mientras el país se debate en una espiral de violencia interminable y el Congreso estudia una reforma judicial cuyo primer boceto se antoja reñido con las más elementales libertades ciudadanas.

Buzón: [email protected]

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