Por Melitón Guevara Castillo

 

En casa somos dos adultos mayores, mi esposa y yo, y me toca hacer las salidas semanales por la despensa. Así fue como hoy, a eso de las 6 p.m., fui a GranD Hombres Ilustres y casi me da un infarto. 

Lo que son las cosas. Hace tiempo, al inaugurarse un estudio fotográfico me confundieron con un sacerdote; me vieron llegar y le avisaron, le gritaron pues, a la fotógrafa… apúrate, ya llegó el padre… sale y exclama: ¡Profe, qué bueno que vino!

Hace tiempo, haciendo una estancia académica en España, al viajar de Madrid a Castellón, en tren, me dice el señor que esta a mi lado: “Padre, ¿como esta?”, me sonrió y le explico: No soy padre, soy un académico… total, nos echamos buena plática.

En fin, comento lo anterior por lo que me pasó en GranD Hombres Ilustres.

Hice el recorrido normal. Frutas, carnes, lácteos, refrescos. Hice el pago correspondiente y, por el Covid-19, no hay empacadores. Como eran pocos artículos no los puse en bolsa, tan simple que los coloqué en el carrito.

Salí, volví a pedir gel, lo froté en mis manos y salí.

Con el agente estaba un supervisor que, amable, me dio las buenas noches.

El problema fue al abordar mi carro. Se aparece el supervisor y me pide el comprobante de pago, aduciendo que me hice sospechoso por no llevar los artículos en bolsa.

¿Me ve cara de ratero, de sinvergüenza?, le dije.

–Es que no trae los artículos embolsados…

–Porque ustedes –le dije–, por ahorrarse dinero no son capaces de pagar a empacadores…

De puro coraje llegué a la casa y me tome una copita de tinto…

Fue la experiencia que me faltaba.