Reflexiones

 

 

Por Eusebio Ruiz Ruiz

 

Escuché por la radio el llanto de una maestra y escritora tamaulipeca. Uno de los motivos de sus lágrimas es no saber nada de su hermano. Él desapareció en el 2011, como tantos mexicanos.

Hace unos días un jovencito de escasos 17 años fue baleado en las afueras del CBTIS 119. Desagradable noticia recibida un poco antes de empezar a escribir estas líneas.

Ambos acontecimientos cambiaron el rumbo de lo que pensaba comunicar por este medio.

Las ejecuciones han cimbrado muy fuerte al Estado de Tamaulipas, recordemos que el 3 de enero policías estatales se mataron entre sí, los hechos lamentables continúan, no paran, la violencia emerge, toma fuerza y hasta reina en algunos municipios.

Hay días en que se vive una aparente paz, y de pronto la violencia brota, es el diario vivir de nuestro pueblo, que grita, gime y se estremece de dolor; hay anhelo de justicia, se tiene hambre y sed de una paz verdadera y duradera.

Alguna vez gozamos de paz. Un día, el territorio en que vivimos fue invadido por el cobro de piso, el homicidio, el secuestro, el robo violento, la masacre. Nos han pisoteado en los derechos más elementales.

El rostro de nuestro pueblo está bañado en sangre, en muchos casos ni siquiera a los muertos se puede velar.

Las lágrimas se derraman en los corazones y en los ojos de madres, esposas, padres, hijos, hermanos y amigos de los que han perdido la vida o se ignora su paradero. En los templos las oraciones se elevan por el descanso eterno, por los desaparecidos, por las víctimas de la violencia o por el pronto regreso.

La paz se la llevaron, odio, violencia y muerte entraron en el territorio pacífico de nuestro estado, claro, con la venia de quienes han poseído las llaves de las ciudades y de pueblos pequeños.

Ha sido una década de muerte, violencia, miedo e inseguridad: granadas que explotan, coches bomba, balaceras, levantones, asaltos, decapitados, asesinatos en el propio hogar de las víctimas. Pueblos que se han quedado sin habitantes, cuerpos mutilados, fosas clandestinas… de todo hemos tenido, vivido y sufrido. El hombre –como escribió Hobbes–, se ha convertido en el lobo del hombre.

Gafas de color negro adornaron los ojos de tres monarcas del pasado, la luz de la realidad se ignoraba, de pronto cambiaron sus lentes y en las micas colocaron imágenes de progreso, felicidad, paz y armonía, algo que sólo ellos podían ver, nadie más.

El pueblo medio alzó su voz, un nuevo monarca nombró, todo en paz ese día, a la siguiente aurora, la violencia reapareció; los días siguen transcurriendo, la gente se acostumbra a vivir en el terror y el dolor, la promesa de paz no se ha cumplido.

Diez años de inseguridad, violencia y muerte son el contexto en que el aprendiz de poeta escribió: ‘¿Dónde estás paz que no te encuentro?’, y la pluma fue obedeciendo su humilde inspiración.

El salmista dice:

 

‘En paz me acuesto,

y en seguida me duermo’,

palabras, que decir yo no puedo,

el descanso me lo quita el fuego.

 

Las balaceras me han quitado el sueño,

el refugio ha sido el piso y el suelo,

las balas persiguen el cuerpo,

¿dónde estás paz que no te encuentro?

 

Calles y caminos son campo de batalla,

muere el inocente cuando explota la granada,

dan los últimos lamentos los abatidos por la bala,

el llanto de una madre a lo lejos se escuchaba.

 

¿Dónde estás paz?, quiero soñarte,

¿en qué cruce del camino te quedaste?,

ya no estás con nosotros, te escondiste,

quisiera de nuevo encontrarte.

 

La granada y la metralla te ausentaron,

la milicia y el narcotráfico te llevaron,

coche bomba y balas contra ti atentaron,

gobiernos de narco-políticos te flagelaron.

 

¿Dónde estás paz?, que no te encuentro,

tu presencia ya no está en mi pueblo,

no vives en la calle ni en el crucero,

no habitas ni en el rico ni en el pordiosero.

 

¿Paz, cuándo vienes a vivir conmigo?,

el otro y yo a ti te queremos,

el otro y yo buscamos estar contigo,

el otro y yo por poco no amanecemos.

 

La sierra parte en pedazos los cuerpos,

la granada estalla en mil fragmentos,

las balas malditas causan miles de muertos,

y los jefes dementes ríen contentos.

 

Un hermano nuestro queda acribillado,

el hermano se ha ensañado,

dos ‘Caínes’ se han encontrado,

uno es narco y el otro es soldado.

 

Odio, locura, violencia y muertes,

son las leyes de los ‘Caínes’,

en esta guerra mueren inocentes,

es la muerte de los ‘Abeles’.

 

La sangre queda en las calles,

la cubren con pala, tierra y cal,

los mudos testigos son las cruces,

y las vidas juveniles se nos van.

 

¿Dónde estás paz que no te encuentro?,

vives en mi mente y en mi recuerdo,

¿cuándo vuelves a mi desierto?,

¿o ya sólo te volveré a ver en lo eterno?

 

“Día vendrá en que amanezcas y no anochezcas,

o anochezcas y no amanezcas” –Dijo fray Luis de Granada.

Palabras que nunca había sentido tan cercanas.

 

Me acojo a ti Dios mío,

con el cántico evangélico:

“Sálvanos, Señor despiertos,

protégenos mientras dormimos”.

 

El aprendiz de poeta dejó de escribir. A su mente llegaron los recuerdos: el pariente, el vecino, la jovencita, el compadre, la amable mujer campirana, el discípulo, la compañera, el conocido… todos ellos en la presencia del Padre, en el descanso eterno, víctimas de las balas del violento.

La esperanza no se pierde –aún en medio del infortunio–, los hermanos que viven de la práctica del mal, algo tienen que tener de bondad, y con esta ilusión, ojalá puedan escuchar el llanto de todos a los que han depredado, y en lo profundo de mi ser tengo el anhelo de que puedan practicar el bien y que nunca se cansen de hacerlo.