Por Eusebio Ruiz Ruiz

 

Quince de mayo, día del maestro. Muchas felicidades a todos los que peregrinan por el espinoso sendero de la educación, camino que está tan lleno de baches y lagunas, como las calles de Ciudad Victoria.

El maestro no elabora leyes, no gobierna a un pueblo, no construye grandes edificios, no es astronauta, no dirige un partido político, no es un empresario millonario, no es pastor de almas… pero brindó educación al legislador, al gobernante, al arquitecto, al que viaja por el espacio interplanetario, al político, al propietario de la empresa y al ministro religioso. Así de grande e importante es el maestro.

Ser maestro es una vocación pagada con el apoyo de algunos, la observación de muchos, la indiferencia de otros y las enormes piedras que no pocos colocan en su caminar, sin embargo, no se detiene, se fortalece y brinca los obstáculos.

Quince razones escribo por las que admiro a los maestros, obvio que no son las únicas, hay muchas más.

1. Educa a pesar de los recortes en educación, del sistema educativo decadente, de la desigualdad en la enseñanza y del coronavirus.

2. Educa en el aula de clases o desde su casa, con todo y la carga de las aparentes reformas educativas que se han dado a través de los años, aunque éstas no reformen nada.

3. Explica lo mejor que puede el contenido de las asignaturas, y eso que algunos libros de texto están muy pobres.

4. Hay papás que se les cierra el mundo con un hijo, pero el maestro imparte clases a 20, 30, 40, 50, 60 o más alumnos.

5. Colabora con el gobierno –sin educación no se puede gobernar–, a pesar de que al Gobierno federal no le interese la educación, y en otros momentos los ha tratado con la punta del pie e incluso con pistola en mano.

6. Rema contracorriente al combatir la oscuridad en las inteligencias, pues hay grupos interesados en que la gente se mantenga ignorante.

7. Comparte los conocimientos con todos los alumnos, incluyendo a los conformistas y a los que le niegan el paso al aprendizaje.

8. En muchas ocasiones atiende y escucha al alumno, como si fuera su padre o madre, por eso en ocasiones hay alumnos que aman más al maestro que a sus propios padres.

9. Tiene la frente y la mirada en alto a pesar de que siente vergüenza por haber tenido de alumnos a ‘Manuelito’, ‘Geñito’, ‘Tomasito’ y a otros del mismo estilo.

10. Entre el fuego cruzado de líderes sindicales, Gobierno, padres de familia, directivos, inspectores, propietarios de escuelas y alumnos, el maestro sigue firme y cumpliendo con su trabajo.

11. No rehúye al padre de familia prepotente que llega exigiendo una alta calificación para su pobre hijo reprobado. 

12. Se gana el pan con dignidad y con sudor, su labor no termina en el horario establecido por la escuela, sigue trabajando en casa hasta altas horas de la noche.

13. Su salario no está mal, pero tampoco llega a bueno, ciertamente no se hace millonario en un sexenio o trienio.

14. El buen maestro es un peligro, al educar instruye, despierta las conciencias y forma en valores; estas ‘barbaridades’ a muchos no les convienen, porque una sociedad educada sabe prepararse, trabajar, protestar, exigir, criticar y defender sus derechos.

15. Loable es ser maestro, cuando ya se jubila termina como dice la canción: ‘Con el alma en una nube y el cuerpo como un lamento’, pero satisfecho, contento y feliz por haber luchado en formar hombres y mujeres de bien.

Nadie ignora que hay buenos y malos maestros, de todos se obtienen enseñanzas, de los que son buenos se aprende lo que debe de ser y de los que son malos se aprende lo que no debe de ser.

El alumno cuando va con sus padres y se encuentra a ese hombre o mujer que se dedica a la docencia, dice a sus papás: “Es mi maestro”, “es mi maestra”.

Cristo admitía que sus contemporáneos le llamaran rabí, término hebreo, arameo y griego que significa ‘mi maestro’. 

¡Que se les llame igual que al Dios encarnado, es un compromiso y un privilegio!