Por Marco A. Vázquez

 

Hace algunos años surgió el rumor en Tamaulipas de que había aparecido una ‘empresa’ que financiaba proyectos políticos. La mecánica era sencilla para los presuntos inversionistas: median posibilidades de triunfo y ofrecían montos pagables por las administraciones municipales en disputa. Vaya, de acuerdo al sapo era la pedrada.

No, no se enamoraban de partidos políticos. Presuntamente reducían el margen de pérdidas (que también tuvieron) con mediciones reales, cruzando informes para evitar la negociación de elecciones sin la participación de ellos, porque la recuperación del crédito se proyectaba del cien por ciento en un año y los otros dos, de la administración de un presidente municipal, eran de ganancia.

Le insisto, fue un rumor que se reforzó con la entrega de obra pública o contratos de proveedurías a empresas que nadie conocía. Algunas veces que ni siquiera tenían domicilios fiscales reales.

Antes de la aparición de dichas empresas, según la boca de un ex aspirante a la gubernatura del estado, los financiadores de las campañas eran empresarios tamaulipecos de mucho poder. Hablar de don Ramiro era común, también de la banda del concreto y el asfalto. Y así en cada región existía un hombre dispuesto a invertir sumas millonarias en la política. Recursos que luego se cobraban colocando secretarios de estado, funcionarios municipales y diputados que movían sus tentáculos para favorecer a sus mecenas o a empresarios y hombres o mujeres cercanas a los mismos.

Así es, los ‘empresarios’ de la política no regalaban el dinero. Ninguno de ellos tenía su alma, por lo menos, parecida con la madre Teresa de Calcuta. No son ni eran damas de la caridad y la prueba es que sus dineros crecieron y siguen creciendo aún en épocas de crisis. En síntesis, quien pagaba mandaba en las administraciones públicas. Incluso organizaba sus propias políticas para distribuir los recursos sin que nadie, o muy pocos, pudieran poner objeción.

Los actos arriba descritos eran denominados como ‘pasar la charola’ y en términos llanos se puede describir como la acción de recolectar dinero para campañas políticas. Claro es que todas esas acciones fueron muy exitosas aunque, para desgracia de los ex gobernantes, muchas eran ficticias o sólo se reflejaron en la riqueza de los ‘operadores políticos’ que tenían en territorio. Las mansiones y la vida de ricos que se dan todos ellos, aún hoy en día que están fuera de los presupuestos, los delatan.

Sí, tiene razón, no hay forma de comprobar nada de lo expuesto. Todo se hacía en lo oscurito. Lo único que se tiene a la mano son los chismes de maletas y maletas de dinero que se trasladaban, de personajes teniendo reuniones con los hombres de dinero, licito y no. A lo mucho, de fortunas que nadie sabe cómo crecieron cuando los dueños de las mismas nunca tuvieron otra actividad que la política. Por ello se decía que el origen de las mismas fue el ‘pase de la charola’.

Obvio es que la política cambia, de entrada es más fiscalizada, ya no es tan fácil inyectarle a una campaña 20 millones de dólares sin que se noten, sin que se presuma de dónde vienen o, por lo menos, sin dejar evidencias, ya que de lo contrario podría causar nulidad de una elección. Y por ello el llamado ‘pase de charola’ es más limitado, pero igual sigue siendo una realidad o por lo menos eso se dice y, sí, también se cree que los hombres del dinero siguen mandando en las administraciones públicas que acuden a esos actos ilícitos o, le reitero, eso parece.

Todo viene a colación por el acto de Andrés Manuel López Obrador, el Presidente de la República, que el miércoles por la noche ofreció una cena a empresarios de México con la finalidad de ‘venderles boletos’ para la rifa del avión presidencial, para que firmaran una carta compromiso de cuántos adquirirían. La misiva les era entregada en su silla y sólo traía cuatro opciones a llenar: 20 millones, 50 millones, 100 millones y 200 millones de pesos. Según las versiones oficiales juntaron mil 500 millones de pesos y pretenden aumentar la cifra a dos mil millones.

Claro que esa venta ficticia de boletos fue un ‘pase de charola’. Casi obligaron a los empresarios a comprar boletos porque el Presidente amenazó con descubrir a quien no cooperara. Pero eso no es lo importante, lo que realmente interesa o debería interesar al pueblo es conocer si esos ‘empresarios’ no son la versión moderna o los mismos que en el pasado le metían dinero para que los políticos ganaran o quedaran bien con sus pueblos, para luego cobrarse con contratos muy ventajosos para ellos, por supuesto. Sería justo saber si los llamados a la mesa del Presidente regalarán ese dinero nomás porque en esta Cuarta T ya los convirtieron en ‘madres de la caridad’ o en la versión moderna de ‘Chucho el roto’, y por qué no, igual sería un beneficio estar al tanto, tal vez, de que esa colecta se logró porque el Presidente es nuestro ‘Robin Hood’ que le roba a los ricos para darle a los pobres. Eso en el mejor de los casos, ya que de lo contrario hay que ponernos a temblar más, a sufrir, ya que esos mil 500 millones, o dos mil millones, tengan la seguridad de que el empresariado los va a recuperar de alguna forma y, si fue como en el pasado, pues ya valió.

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