+ El 21 de diciembre de 1994 intensificó su actividad y ésta va en aumento

+ El poblado más cercano al cráter, de 2 mil personas, a sólo 12 kilómetros

+ Los lugareños rehúsan ser evacuados. Y la autoridad los ha dejado solos

 

Por Juan Sánchez-Mendoza

 

Santiago Xalitzintla, Puebla.- Desde hace un cuarto de siglo los lugareños de esta comunidad, enclavada a sólo 12 kilómetros del cráter volcánico del Popocatépetl (‘Don Goyo’), han vivido en constante zozobra. Pero también, los más viejos, dispuestos a morir aquí en su tierra y con su gente.

Otros ‘porque no tenemos a donde ir”, precisan.

Menos cuando las autoridades los mantienen prácticamente olvidados, como lo confirma el descuidado albergue para mil personas (carece de luz, agua y drenaje), instalado hace años en el cerro Tlamimilolpa, que de poco serviría ante una contingencia, pues esta localidad cuenta actualmente con 2 mil 196 pobladores. En su mayoría mujeres y niños.

Hace 22 años visité por vez primera la localidad; luego, en el ocaso del 2015 –entonces ya no trabajaba en la Ciudad de México–, y hoy, justo a 25 años de haber despertado el Popocatépetl (diciembre 21 de 1994), pregunto a los lugareños más rancios por qué no aceptaron la evacuación oficial en diciembre del 2000, cuando ‘El Chino’ (el otro mote del Popo) arrojó material incandescente (rocas encendidas, entre éste), contestándome simple y llanamente: ‘Aquí tenemos el terreno, la casa y los animales. ¿Usted cree que nos darían lo mismo en otro lugar?’

Obviamente, no. Por eso aquí siguen.

 

El recorrido

Hay quienes hablan sólo por hablar de la actividad volcánica del Popo, que, por cierto, ofrece la impresión de cuidar a su ‘mujer dormida’ (Iztaccíhuatl).

Y lo hacen por desconocimiento.

O no se atreven a surcar las inmediaciones del cráter, quizá por miedo o por la prohibición (oficial) para que los ‘osados’, en su arrojo, anden un camino que conduce hasta el punto más cercano de la cima, donde se es testigo de constantes erupciones.

Hace días, como reportero que soy –lo he sido, durante más de cuatro décadas–, surqué nuevamente el camino hasta la zona más próxima del volcán tan sólo para demostrarme a sí mismo que todavía tengo capacidad para investigar, pese al riesgo que representa un volcán en continua actividad, aún cuando, me lo advirtieron, en cualquier momento haría erupción total, merced a sus constantes emisiones de gas, fumarolas, piedras, ceniza, arenilla, lava; y la sismicidad en la zona que abarca parte de los estados de México, Puebla, Morelos y Tlaxcala.

El Centro Nacional de Prevención de Desastres (Cenapred), monitorea cotidianamente el comportamiento de ‘Don Goyo’, pues ha tenido expulsiones violentas y hasta la fecha muestra su furia, pero todavía pacíficamente.

Y cuando decidí experimentar esta aventura, otra vez –igual que otros colegas, en búsqueda de exclusivas–, pensé tan sólo en llegar a la falda de ‘Don Goyo’, como en mis anteriores recorridos.

Pero no. Nada de eso, pues mientras más cerca apreciaba la cima del volcán, más adrenalina corría en mi cuerpo, empujándome a vivir, otra vez, en carne propia, lo que sienten y temen los lugareños, instalados a pocos kilómetros de su boca en erupción constante.

Recorrí la vereda que conecta Amecameca con Paso de Cortés; y otra de ahí a Tlamacas, burlando la vigilancia, imprudentemente, hasta llegar al paraje desde el cual atisbé (a plenitud) el volcán que le ha quitado el sueño a quienes, en verdad, sí se preocupan por la seguridad social.

Como los investigadores del Cenapred, quienes a pie, en motocicleta y camionetas 4×4, o en helicóptero y avionetas cotidianamente resguardan la zona para la seguridad de los lugareños y/o visitantes irreflexivos.

En el camino hacia el punto más próximo del volcán, pero sin temor, al parecer, recorrí brechas, surcos. Y eso activó mi adrenalina, empujándome a avanzar hasta el punto más cercano al su boca a escasos kilómetros. Y lo acepto, porque más cerca del cráter sólo han llegado, con equipo idóneo los investigadores.

Sin embargo, el temor a lo desconocido pudo más que mi arrojo.

Entonces descendí otra vez hacia Santiago Xalitzintla –el poblado más cercano al cráter, sólo a 12 kilómetros, repito–, donde platiqué con sus arrojados pobladores.

 

Entrevistas

En las charlas me impactaron don menores de edad (Cristian y Ruth), pues me dijeron no temerle a la actividad volcánica.

Cementa Cristian: “yo he visto cómo saca fumarolas y lumbre; también cuando avienta cenizas y piedras; entonces me da miedo, pero no lloro; me subo ala azotea y desde ahí veo. Pero mi mamá sí se preocupa también mi papá, porque dicen que si el volcán avienta lodo nos puede matar, pero ni a dónde irnos”.

–¿Has sentido los temblores antes de que el volcán empiece a silbar, a emitir fumarolas o arrojar cenizas y arenilla? –le pregunto.

–Sí. La otra vez, como a las diez de la noche, cuando yo estaba con mi mamá y mi hermanita, empezó a temblar. Y mi mamá me dijo ¿qué fue? Yo le contesté que el volcán. Me dijo ‘pues ve a ver’, y me subí a la azotea y vi cómo el volcán arrojaba lava…

–¿Cómo es esa lava?

–Como roja.

–¿Qué mas viste?

–Su fumarola.

–¿Y qué hiciste después?

–Me bajé a arreglar mi ropa.

–¿Para qué?

–Para irme.

–¿Te quieres quedar o irte?

–Irme. Me quiero ir porque me da miedo. También mi mamá se quiere ir, pero mi papá dice que a dónde, si aquí hemos vivido toda la vida; que aquí tenemos nuestra tierra, nuestro techo, nuestra casa, pero que cuando haya más peligro entonces nos vamos a ir.

–¿Qué haces mientras se van?

–Voy a la escuela. Y si usted quiere quedarse, lo invito ver la película ‘Pico de Dante’, que nos van a pasar el lunes; o si quiere mañana lo invito a mi pastel. Voy a cumplir años y me van a hacer fiesta.

Le di un beso en la mejilla, disculpándome por no estar presente en su festejo.

Mas no por desinterés, ¡qué va!, nada de eso, sino porque mi objetivo era andar otros caminos próximos a ‘Don Goyo’, como los ejidos Tetela del Volcán, San Nicolás de los Ranchos e Izúcar de Matamoros, entre otros.

 

Noche de aprendizaje

El viento helado golpea mi cara.

Pero no desisto.

Y menos porque mi propósito es llegar hasta el albergue de Altzononi, donde se pueden apreciar, en toda su magnitud, los volcanes Popocatépetl (5 mil 432 metros sobre el nivel del mar) e Iztaccíhuatl (5 mil 386 msnm).

De Paso de Cortés hacia el objetivo marcado hay siete kilómetros de distancia; una pendiente escabrosa y esa brecha de arena suelta, para encontrarse con las quesadillas de doña Maura, quien pese al peligro aún atiende su puesto en las inmediaciones de Tlamacas –el refugio ubicado a 15 kilómetros del cráter–, porque, dice, ahí nació y ahí morirá, con y sin la erupción.

Cuando por fin alcancé el punto de referencia –la zona más próxima al cráter–, mi asombro otra vez fue mayúsculo, indescriptible, porque ahí los habitantes siguen hablándose de tu a tú con ambos volcanes (Iztaccíhuatl y Popocatépetl).

Y porque en las urbes inconsciente o conscientemente sentimos que dominamos valles, cañadas, brechas, poblados, rancherías, y a cuanto ser demuestre vida, tan sólo por pisar parajes más elevados y carentes de la ambición del hombre, ajenos a economías y límpidos de la corrupción que tato daña a quienes habitan más allá de los próximos cinco kilómetros a la redonda.

En la cabecera ejidal de Santiago Xalitzintla, el párroco oficia misa; el jardín de niños, la primaria y telesecundaria permanecen cerrados; un trío de soldados dormita fuere de la delegación municipal, y más allá, a la salida del pueblo, un hambriento can revuelve la arenilla arrojada por ‘Don Goyo’.

Pronto se hace de noche.

Y con el manto oscuro los escasos lugareños se retiran a sus moradas.

La plazoleta queda desierta. ¿Qué hacer, entonces?, pregunta con su mirada mi acompañante. No sé, aduce el periodista. Y de pronto surge don ‘Nefi’, quien funge como secretario del Comité de Padres de Familia de la escuela telesecundaria.

–Vamos a mi casa –sugiere.

Para luego provocar:

–Yo tengo fotos recientes.

Sin dudarlo ni un instante aceptamos la invitación. Llegamos. Pero antes de traspasar el umbral nos percatamos de una camioneta con el parabrisas roto, y el señor Aquino Gutiérrez, de inmediato, al ver nuestra extrañeza se apresura a explicar.

–Fueron las piedras que avienta el volcán.

–¿Cómo? –interrogamos.

–Sí –agrega–, hace días el Popo arrojó una lluvia se rocas pequeñas y varias golpearon el parabrisas y el toldo de mi camioneta. Vean ustedes, no les miento, pero las autoridades no me creen.

Y enseguida se explica:

–¿A dónde vamos a ir que más valgamos? Aquí tenemos los animales, la casa, el terrenito…

–¿Entonces, usted cuántas exhalaciones ha visto?

–Desde el 21 de diciembre de 1994 –día en que el volcán despertó con una fuerte explosión), hasta ahorita, más de mil. Más todavía…

–¿Y aparte del humo, el Popo arroja otra cosa?

–Pues a veces empieza a arrojar ceniza, ceniza, ceniza. A veces es grava, a veces es arena. Y lo último, arrojó piedras, grava, pero nos dijo un vulcanólogo que eso eran fomentos, algo así.

–¿Esas piedras han llegado hasta acá?

–Sí. Han golpeado fuerte, pues vea cómo está mi camioneta, con todo el cristal quebrado; y el camper está así como agujereado, pero no se agujereó.

–¿Ocurrió de noche?

–No. En la mañana.

–¿Qué hicieron sus vecinos?

–Pues la verdad, no sé, porque a mí me agarró en el monte, en una parte que se llama Capultiapa, que está hacia arriba del volcán, como a 15 kilómetros de aquí.

–¿Y sus vecinos qué dicen?

–La gente está solamente esperando una orden del gobierno para que nos evacúen. Pero yo lo veo difícil, porque cuando ellos quieren llegar ya pasó todo. Inclusive, cuando va a ocurrir una erupción primero tiembla, y cuando llega la gente encargada de la evacuación ya todo volvió a la normalidad.

–¿La primera vez que usted vio una fumarola, qué sintió?

–Pues sí nos asuntamos, ¿verdad? Fue el 8 de enero de 1995, a las tres de la tarde. La vi grande, grande, grande…

–¿Usted sigue subiendo al volcán?

–Sí. Allá trabajo y la gente que está conmigo pues no tiene otra forma de vivir.

–He visto que tienen rutas de evacuación. ¿Son las correctas?

–Pues quién sabe. Ya hicimos simulacros y no sabemos si en realidad sirvan esos programas de evacuación. Es más, no sabemos qué hacer con los niños ni con nuestras familias, porque los encargados de guiarnos siempre llegan tardea auxiliarnos.

–¿Usted se va a quedar o se va a ir?

–Me voy a quedar con mi familia, porque no tenemos a dónde ir. Aquí teneos nuestra casa, nuestros animales, y en otro lado no sabríamos qué hacer.

 

Riesgos

Durante el recorrido por el área de mayor riesgo se nos informó de las características que presenta el Popocatépetl:

“Tiene una componente magmática (o lava), que involucra riesgo, dado que esto hace al volcán potencialmente capaz de generar erupciones piroclásticas. Es decir, erupciones explosivas, que pueden producir flujos de ceniza caliente y lodo de alto poder destructivo”

A eso le temen los miles de habitantes que habría que evacuar, en caso de una erupción violenta, y el hecho de que no hay caminos fáciles de transitar para su evacuación.

Luego de buscar dónde dormir –y sin éxito obviamente–, se tomó la determinación de seguir recorriendo la zona; los municipios con mayor peligro en caso de una erupción agresiva, y pudimos constatar que todos están con el Jesús en la boca, pues el temor a morir aplastados, calcinados o bajo los escombros, está latente.

Y más todavía para aquellos que no hablan la lengua castellana, pese a vivir tan cerca de la Ciudad de México. Sí, allá, a escasos kilómetros de la urbe, donde todavía no se le ha dado la importancia que amerita ‘Don Goyo’.

Nuestro anfitrión en esta empresa.