Por Juan Sánchez-Mendoza

 

En su corte informativo más reciente, la Secretaría de Salud, a través de la Dirección General de Epidemiología, registra dos decesos por contagio del Covid-19 (coronavirus), desde su detección en México (21 de febrero).

Uno ocurrido en la Ciudad de México (el miércoles que nos antecede), y el otro en Durango, apenas en la víspera. Ambos varones.

El primero (41 años de edad), estuvo internado en el Instituto Nacional de Enfermedades Respiratorias (INER) desde el 9 de marzo. Era diabético. Y según su familia, 6 días antes asistió a un concierto de rock en el Palacio de los Deportes, donde probablemente fue contagiado. 

En cuanto al segundo (74 años), se dice que sufría hipertensión desde hace 15 años; estaba pensionado y pasaba largas temporadas en Estados Unidos; el 3 de marzo llegó a Gómez Palacio procedente de California; fue internado el 17 al dar positivo y en la víspera sucumbió.

Hasta ayer, igual considerando el reporte oficial, en el ámbito nacional la cifra de casos confirmados fue de 203. O sea, hubo un incremento de 39 con relación al día anterior. Pero (presumo), sin haber tomado en cuenta el tercer caso positivo en Tamaulipas –tampoco los de otras entidades–, que, a eso de la medianoche, dio a conocer la Secretaría de Salud estatal.

Como fuere, lo significativo es que de los 203 contagiados contrajeron el virus, aquí en territorio nacional, 27.

Y que conste, me refiero sólo a quienes han dado positivo, siendo que hay otros 606 casos sospechosos sin considerar a los infectados que, aún, no han sido diagnosticados.

El mapa de importación del Covid-19 no ha variado.

Estados Unidos (del Continente americano), según la estadística de la Dirección General de Epidemiología, le ha abonado a México cantidad muy considerable de infectados.

Los otros han venido de Europa: España, Italia, Alemania y Francia.

Y uno sólo de Singapur o Malasia (continente asiático).

Lo cierto es que el problema crece y se multiplica –como en su tiempo y forma advirtió la Organización Mundial de la Salud (OMS)–, por indolencia.

Tanto de las autoridades para tomar medidas preventivas, como de la sociedad para sujetarse a las recomendaciones.

Ciertamente algunos gobiernos estatales han decretado cerrar todas y cada una de las actividades oficiales, pero el sector privado no demuestra, aún, disposición para temporalmente hacer lo mismo en aras de evitar más contagios.

¿Y cómo obligarlo?

Sólo por decreto.

Como sucede en Italia y España.

De otra forma seguirá privilegiándose la usura ante la emergencia que a todos involucra.

Y aquí están involucradas la banca, casas de empeño, financieras, las empresas telefónicas y televisivas.

Igual que en los organismos descentralizados como en las comisiones Federal de Electricidad (CFE) y municipales de agua (COMAPA’s), que sin rubor alguno afilan uñas para cobrarle a lo causantes mayores cantidades de dinero por el incremento del servicio que representaría el cautiverio.

De cualquier forma, insisto en recomendar que omita salir a la calle en tanto no lo requiera, evitar convivencias más allá de las familiares y ‘besar’ en la mejilla cuando salude