Por Luis Ignacio Sáinz

[En dos meses del año pasado se fueron tres grandes de la pintura mexicana: el 5 de septiembre, a sus 69 años, el oaxaqueño Francisco Toledo; el 13 de octubre, a sus 92 años, el michoacano Adolfo Mexiac; y el 21 de octubre, a sus 88 años, Gilberto Aceves Navarro, originario de la Ciudad de México. En este ensayo se busca desentrañar sus ausencias dentro del mapa de la plástica nacional…]

 

“Disenso significa una organización de lo sensible en la que no hay ni realidad oculta bajo las apariencias ni régimen único de presentación y de interpretación de lo dado que imponga a todos su evidencia… Reconfigurar el paisaje de lo perceptible y de lo pensable es modificar el territorio de lo posible en todos los niveles: las jerarquías de poder/dominación, el predominio de la razón sobre la sensibilidad, la imposición de la forma por sobre la materia y la distribución de las capacidades e incapacidades”, apunta Jacques Rancière en El espectador emancipado (Buenos Aires, Argentina: Manantial, 2010,  página 51).

 

De consumidores…

El mundo contemporáneo decidió, desde sus cúpulas, transformar o acaso sustituir a los ciudadanos por consumidores. Y semejante operación ha implicado una banalización integral de la vida pública y, por supuesto, un inmediatismo objetual que entroniza a las mercancías en el ámbito privado. Obvio, existen resistencias, algunas exitosas; pero todas en riesgo dado el avance a paso de ganso del pensamiento único.

Se ha logrado lo imposible: contar con legiones de pobres que se identifican con ideologías de derecha. Así las cosas, la reflexión crítica, la participación social comprometida con una agenda que privilegie lo local, la dimensión comunitaria, no sólo étnico-indígena, de corte ambientalista y el más elemental derecho a la diversidad, también entendido como disidencia y espíritu contestatario, se erigen en enemigos del orden establecido. Y estos bastiones de dignidad son enfrentados por las fuerzas gubernamentales, y a veces arrasados por ellas, cuando se trata de la potestad, por ejemplo, sobre el agua, el bien estratégico más escaso y peor distribuido en el país; o el derecho a generar energía sin mediación de concesionarios privados o agencias estatales o de hacerlo mediante procedimientos limpios y seguros, no contaminantes y destructores del patrimonio natural.

 

Distinciones e intervenciones

Será en este contexto global, expansivo e insaciable, desde donde deba interpretarse el significado último, meta-cultural, de los fallecimientos de creadores plásticos reconocidos por su distanciamiento con las formas de control y organización imperantes, hegemónicas, del poder en México: Francisco Toledo (1940-2019), Adolfo Mexiac (1927-2019) y Gilberto Aceves Navarro (1931-2019).

Sujetos diferentes entre sí, con historias, estilos y grados de reconocimientos dispares: Mexiac fue comunista y miembro destacado del Taller de la Gráfica Popular, arribó tarde al escenario artístico nacional, cuando ya la Escuela Mexicana de Pintura perdía adeptos y respaldo oficial, aunque continuaba incomodando al funcionariado, los dirigentes políticos y empresariales y los mandarines de las instituciones culturales por los temas que tratara en formatos urbanos (murales y esculturas) o de reproducción amplia (estampas); Aceves Navarro y Toledo, liberales de izquierda sin trayectoria partidista, objetores del sistema político, participaron y apoyaron un sinfín de movimientos de oposición y reivindicaciones populares, fueron reconocidos con el Premio Nacional de Artes (2003 y 1998, respectivamente), recibieron del Sistema Nacional de Creadores de Arte el nombramiento de “eméritos” (2001, 1993), entre muchas otras distinciones.

 

Pagar culpas…

El maestro de Juchitán era, en verdad, un caso único, pues a diferencia de sus colegas jamás usufructuó en lo personal los emolumentos económicos recibidos con cargo a los galardones que le fueron conferidos. Roberto Ponce registra una interesantísima confesión que le hiciera: “Yo, para no sentirme tan mal de ser un capitalista, de ser un hacedor de dinero, lo gasto en instituciones que se abren a los jóvenes que no tienen posibilidades de viajar para ver exposiciones o tener libros. Esto que usted ve aquí: el cine, el centro fotográfico, todo está hecho un poco para pagar culpas, por el interés que tengo por la difusión” (Proceso número 2236, 8 de septiembre de 2019).

Los casos que cita el propio Toledo son la punta del iceberg de sus aportaciones al pueblo de Oaxaca y, en consecuencia, a la sociedad mexicana toda. Nadie ni remotamente ha sido tan generoso como este fabulador incansable, mitógrafo innovador y soñador diurno. Debiendo subrayarse su renuencia permanente a que tales aportaciones se le facturasen simbólicamente. Como saben tirios y troyanos, sus patrocinios y filantropías carecen de nombre y apellido. Nunca se endilgó los beneficios de tan radical altruismo, ya fuese en materia de educación (becas, bibliotecas y recursos para infraestructura física), de formación artística (talleres, laboratorios, más becas, centros de habilitación, aprendizaje y producción artística, siempre amigable de los recursos naturales, verbigracia: la producción sin ácidos de papel originado en cactáceas y agaves), de rescate y conservación del patrimonio cultural construido (desde el Exconvento de Santo Domingo en la capital de su estado hasta Fa fábrica de San Agustín en Etla) o el auxilio a los damnificados de los desastres, como los últimos sismos que azotaron la entidad y especialmente la zona de Tehuantepec (7 de septiembre de 2017, intensidad 8.2).

 

Francisco Toledo

Encaminador de almas

Aceves Navarro ejerció de otra manera su desprendimiento: con sus alumnos, durante más de seis décadas, en las aulas universitarias, su taller y los laberintos de la vida misma. Era, a un tiempo, tutor, padre, consejero, maestro y hasta encaminador de almas. Vital en sentido superlativo, formó intelectual y artísticamente, sin hipérbole, a la mayor parte de los compositores visuales relevantes de nuestra atribulada nación, incluyendo a Gabriel Macotela, quien le reconocía: “Nos enseñó a ser felices”; Beatriz Sánchez Zurita, Sergio Hernández, Germán Venegas, Tomás Gómez Robledo, Óscar Bächtold, Maritere Martínez y un larguísimo etcétera.

Blanca González Rosas sintetiza la peculiaridad de la mirada y el alcance pedagógico del eterno niño terrible: “Tanto en su obra como en su actividad didáctica, el acto de dibujar es el origen de la creación. Enfático en que hacer dibujos no es igual que dibujar, Aceves Navarro enseñaba el dibujo como una acción hipnótica que permitía la conexión entre el alumno y la realidad, tanto la propia como la externa. Dibujar mirando únicamente el referente, tocar y recorrer al modelo con un contorno lineal, sentir con los ojos y dibujar sin ver son algunos de los planteamientos que estructuran su método. Una propuesta que se aleja totalmente del dibujo convencional, y que aparenta enseñar dibujo cuando lo que realmente hace es impulsar la acción creativa al margen de todo estereotipo” (Proceso número 2243, 27 de octubre de 2019).

 

Gilberto Aceves Navarro

Hacedores de ilusiones

El arte comprometido de Mexiac y el arte sin etiquetas de Aceves Navarro y Toledo se extrañarán de ahora en adelante, nos harán falta para vivir y sobrevivir de mejor manera en una sociedad irreconciliada consigo misma, que pareciera ahondar el enfrentamiento entre los diversos actores sociales. Sus voces críticas, lejos del protagonismo narcisista, se echarán de menos en el empeño por entender nuestra realidad.

Parte del legado de hacedores de ilusiones como lo fueran y lo seguirán siendo Aceves Navarro y Toledo reside en preservar las fronteras de la estética de los lindes de la política. El ejercicio crítico y la participación comprometida son propios de los artistas en su calidad de ciudadanos, no de los artistas en su condición de creadores, de modo que las obras de intención proselitista tienden a diluirse en favor de aquellas otras que nos invitan a reflexionar y ser espectadores activos.

 

Adolfo Mexiac