Por Eusebio Ruiz Ruiz

 

A que caray, qué título se me ocurrió, pareciera una utopía de las más enormes, desconcertantes y ridículas, a lo mejor hasta uno que otro cristiano me podría tachar de hereje, y no a pocos políticos les incomodaría introducir la santidad en el quehacer de la política, y más si ésta es partidista.  

Pensar que la santidad y la política pueden llevarse muy bien y caminar juntas, son ideas que llegaron a mi mente porque entre cuaresma, semana santa, coronavirus y cuarentena, algo tenía que llegar a mi cerebro.

Imagínese usted hablar de ‘santidad política’, suena raro, contradictorio, sin relación y aberrante; además es mucho más sencillo ser un político que tenga como modelo de vida a Pietro Pomponazzi o a Nicolás Maquiavelo, que ser un político seguidor de Jesucristo, ¡vaya vida política tan complicada!

Es muy común que cuando se habla de política y de políticos es como estar hablando de corrupción, oportunismo, gente sin honor, hongos vividores o locos desenfrenados y enfermos de poder.

Mis rudimentarios conocimientos de Teología me dicen que en el mundo cristiano todos estamos llamados a la santidad, en ese ‘todos’ también quedan incluidos nuestros políticos, quienes para responder a ese llamado deben estar comprometidos con la política sin hacer a un lado su fe o comprometidos con su fe y dedicarse a la política.

Hubo un hombre llamado Tomás Moro (1478-1535), vivió en Inglaterra, su brillante carrera política fue durante el reinado de Enrique VIII, en su vida terrenal se comportó santamente como político, abogado, diplomático y padre de familia, es uno de los santos mártires de la Iglesia Católica.

Un italiano que vivió de 1904 a 1977 fue Giorgo La Pira, alcalde en dos ocasiones de Florencia, además fue diputado y participó en la redacción de la Constitución de la República Italiana, por la práctica de sus virtudes cristianas el pueblo que gobernaba lo llamaba el ‘alcalde santo’, hoy este político italiano está en proceso de canonización, va en la etapa de venerable.

Dejemos volar nuestra imaginación, y pensemos que en lugar de tener noticias como las de nuestros ex mandatarios presos o como la del ex diputado Juan Antonio Vera Carrizal, presunto responsable en el ataque a la saxofonista oaxaqueña, tuviéramos noticias de que un político tamaulipeco estuviera en proceso de canonización. ¡Ahora si ando volando muy lejos!, sin embargo, el estilo de vida de Tomás Moro y Giorgo La Pira nos dicen que los políticos también pueden resbalarse por los senderos de la santidad, y ojalá pudieran empezar a dar pequeños pasos en ese camino.

Frente al político común que conocemos debe aparecer el político santo. Si la política está sucia, podrida y apestosa, es deber del cristiano limpiarla, renovarla y purificarla. El político no debe tenerle miedo ni a Cristo ni a la Iglesia ni a la santidad, su vida política puede estar impregnada del Evangelio, nada pierde, y sí gana mucho.

El político debe tener claro que la santidad no es un espiritualismo alejado del mundo, ni manos juntas a la altura del pecho, ni ojos volteados hacia arriba, menos con una aureola arriba de su cabeza o un rayo de luz que viene del cielo y cae sobre su persona.

La santidad se vive en la realidad, y ésta debe ser transformada; además debe afrontar los pecados sociales, hacer del poder una oportunidad de servir y no de servirse, luchar por la verdad, la justicia, la paz, los derechos humanos, el derecho internacional, la convivencia de los hombres, la igualdad y el amor al prójimo; en consecuencia, no es una santidad que rehúya el conflicto, tampoco lo busca, sino que la práctica y la lucha por las virtudes sociales hace que el conflicto aparezca y se le tenga que hacer frente.

De esa manera el político también puede vivir su bautismo, identificarse con Cristo, dejar que la gracia divina actúe en él, practicar la oración, amar profundamente la Eucaristía y el sacramento de la reconciliación, vivir la ascesis y cumplir con alegría la voluntad de Dios.

La santidad del político es –como lo hizo Jesucristo en la última cena– quitarse el manto, ponerse la toalla, echar agua en una jofaina; lavar, besar y secar los pies de sus discípulos, o sea, quitarse la falta de disposición, ponerse el delantal del servicio y atender a los demás.

Los políticos tienen en la política la oportunidad de hacerse santos, es más, estamos tan fregados en la sociedad que la santidad política aparte de ser una posibilidad real es históricamente una necesidad, ellos –los políticos– saben si aprovechan o no la oportunidad que su quehacer ordinario les brinda.  

Cuando Caín mató a su hermano Abel, Dios le dirigió una pregunta: ‘¿qué has hecho de tu hermano?’ Qué les irá a preguntar Dios a los políticos, yo no sé, pero sí me imagino que las preguntas que no faltarán serán: ¿qué hiciste con los que te eligieron?, ¿qué hiciste con los que te llevaron a la silla?, ¿qué hiciste con los que confiaron en ti para que los representaras?

La agradezco su tiempo dedicado a lectura de estas líneas.